Al día siguiente
tomamos rubo hacia Cap Fréhel, para contemplar con
fascinación la salvaje y violenta belleza de este
cabo. Es hermoso contemplar el paisaje que desde ahí
se divisa: la vegetación de la zona, los miles de
gaviotas que pueblan esos acantilados y la vista del cercano
Fort La Latte, fotaleza del siglo X, creada para proteger
la costa de los piratas normandos.


A la izquierda, el
impresionante faro de Cap Fréhel. A la derecha, vista
de Fort La Latte desde Cap Fréhel.
Continuamos por la
costa en dirección a Pointe de l'Arcouest, con la
intención de tomar el barco que llava a île
de Bréhat, un pequeño y hermoso pedacito de
tierra donde estan prohibidos los vehículos a motor,
excepto los tractores. Todo el que la visita debe desplazarse
por ella a pie o en bicicleta... después de que me
había decidido a ello el precio era prohibitivo ¡en
otra ocasión será! Tras ello decidimos montarnos
un picnic, reponer fuerzas y admirar el maravilloso paisaje
que desde allí se divisaba.
Seguimos dirección
Tréguier hacia la Cornisa Bretona para alcanzar la
espectacular Costa de Granito Rosa. La verdad que el paisaje
de la costa es tan hermoso que a cada momento estábamos
parando el coche para hacer una foto... regresamos a España
con una verdadera colección de fotos de esta zona.
Todas preciosas, pero todas iguales (juas, juas).
Al fin llegamos a Ploumanach
donde admiramos sus promontorios de roca rosa de extrañas
formas.

Arriba, Aoife desde
el faro de Ploumanach. Abajo, dos instantáneas más
del lugar.

Muy a nuestro pesar,
no pudimos visitar el resto de la costa norte de Bretaña,
aunque tampoco lo teníamos previsto, puesto que sabíamos
que el tiempo lo impediría, así que regresamos,
por un ratito al interior, dirección Morlaix y allí
nos desviamos a St- Thégonnec, una de las localidades
que forma parte de la ruta de los "enclos paroissiaux",
o complejos parroquiales (más o menos), y que discurre
entre Morlaix y Brest. Estos son espacios sacros destinados
a la reunión del pueblo. Rodeados de un recinto de
piedra disponen de la iglesia, el osario y un pequeño
cementerio, además de los impresionantes via crucis,
en los que, escuplida en piedra (kersatite, es su nombre),
se representa la Pasión de Jesucristo. Son una muestra
de la antigua religiosidad bretona y un arte difundido en
los siglos XVI y XVII.

Complejo parroquial
de St-Thégonnec
Proseguimos nuestro
viaje hacia Plugastel Daoulas, encantadora localidad de
la región de Finisterre, donde, de nuevo, nos alojamos
en un Etap Hotel. Degustamos la gastronomía del lugar
(¡no os perdáis las renombradas fresas de Plougastel!
¡Son exquisitas!) y descansamos. La mañana
siguiente, antes de continuar hacia el sur, visitamos el
complejo parroquial de la ciudad, donde destaca el gran
vía crucis, uno de los más armoniosos y ricos
de Bretaña, y nos hicimos la boca agua contemplando
los escaparates de las pastelerías repletas de dulces
elaborados con fresas.

Vía Crucis de
Plougastel Daoulas
Tras abandonar Plugastel,
nos adentramos en la península de Crozon, caracterizada
por sus acantilados rocosos y pequeñas playas escondidas.
en los acantilados que delimitan la bahía, el mar
ha formado numerosas grutas sólo accesibles durante
la marea baja. Siguiendo las carreteras que araviesan desiertos
brezales y bordean pequeños pueblos llegamos a la
espectacular Pointe de Penhir.

Vista de Pointe de
Penhir
De nuevo, retomamos
el viaje. Esta vez en dirección a Locronan, pequeño
y hermosísimo pueblo, excelentemente conservado y
dedicado en gran parte al turismo. No es posible recorrer
sus calles en coche. Por el contario, el visitante deberá
dejar su vehículo en alguno de los aparcamientos
publicos situados a las afueras de la localidad, para acceder
a ella a pie. Productora de telas de lino de excelente calidad
en los siglos XVI y XVII, alberga residencias de nobles
y ricos mercaderes que rodean la Grand Place, conjunto arquitectónico
con casas de granido de época renacentista. Destaca
la Iglesia de St-Ronan de estílo gótico flamígero.
Arriba, dos vistas
de la Grand Place de Locronan. Abajo, pintoresco rincón
en una de sus calles.

A mediodía llegamos
a Quimper, encontramos nuestro alojamiento y nos instalamos.
Pasamos la tarde caminando por sus bulliciosas y comerciales
callejuelas, próximas a St-Coretin, una de las primeras
catedráles góticas de Bretaña, y de
veras que es hermosísima, por fuera y por dentro.
Más tarde nos
dirigimos a contemplar una idílica puesta de sol
a Pointe du Raz. El panorama es grandioso. Se puede admirar
el faro de la Vieille y la isla de Sein. La estatua de Notre-Dame
des Naufragès, recuerda que este tramo de mar, atravesado
por una fuerte corriente, es especialmente peligroso para
los navegantes. No menos impresionane es la Pointe du Van.
Nosotros visitamos ésta en primer lugar y, desde
luego, no tiene nada que envidiar, sólo que la Pointe
du Raz está más explotado turísticamente.

Vista desde Pointe
du Raz
La mañana siguiente...
¡qué nervios! Íbamos a Lorient, a presenciar
el desfile inaugural del Festival Intercéltico que
allí se celebra la primera semana de agosto. Agrupaciones
de música folclórica celta (Bagades) se daban
cita en las calles de la ciudad para inundarla con el ritmo
de sus tambores y el timbre de sus gaitas y cornamusas.
Venidas desde Escocia, Irlanda, Galicia, Asturias y desde
todos los rincones de Bretaña, las bandas y danzantes
ataviados con los trajes típicos de su lugar de origen,
nos hicieron sentir la magia celta a través de su
arte.
¡Y yo conseguí
la foto!

Aoife con dos ¿reinas?
(o algo así) de las fiestas. Fijaos en la increible
cofia que porta la chica de la derecha. Es muy curioso.
Dentro del ropaje típico de las mujeres bretonas,
una pieza importantísima es la cofia. Dependiendo
de la localidad de la que proceden, la cofia es de una forma
u otra. Yo las he visto de cerca y llevan un trabajo impresionante.
Os remito al siguiente enlace sobre el tema:
http://coiffes.free.fr/coiffes/index.html
Tras reponer fuerzas
comiendo unos ricos y típicos mejillones con patatas
fritas en una pequeña localidad costera (de la que
no recuerdo el nombre), nos dirigimos hacia Vannes, ciudad
medieval del sur bretón, donde se conservan casas
de los siglos XV-XVII y rincones de enorme encanto. Su muralla
y sus bastiones forman uno de los complejos fortificados
más interesantes de Francia y, una vez más,
merece la pena perderse por sus callejuelas estrechas para
contemplar el estilo arquitectónico Bretón.
Dos instantáneas
la ciudad de Vannes. a la izquierda el foso que rodea la
muralla, transformado en jardín. A la derecha, al
fondo, la catedral de St-Pierre.
Y, deseando volver
a la mágica Bretaña en otra ocasión,
aquí acabó nuestra primera visita al Armor
(Bretaña del mar) y al Argoat (Bretaña
de los bosques).
A la mañana
siguiente, cientos de kilómetros de carretera nos
llevarían hasta Burdeos, y hasta España en
otra jornada más.
Si
lo deseas, puedes dejar tu mensaje en mi "Mapa de visitas"

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